domingo, 21 de julio de 2013

Crónica de mi primera GTP en 2013: levantarse y volver a intentarlo.

GTP 2013 peñalaraSon casi las once de la noche. Debo reconocer que los cajones de salida de las carreras me agobian un poco: mucha gente, poco espacio, demasiado ruido, imposible relajarse…Y de repente, el silencio. Ya hemos empezado.

Me llama la atención que los primeros minutos de carrera son silenciosos, apenas se oyen las pisadas de los corredores, algunos gritos de ánimo del público y pocos comentarios de corredores. A los cinco minutos, me doy cuenta de que no me he echado vaselina; 110 kilómetros son demasiados y sé que las rozaduras pueden ser un problema, así que abro el bote, en marcha, y me voy echando donde es necesario…"lo que mancha esto, voy pringoso".

Los primeros metros de carrera los hacemos tranquilos, Abel, Carlos (@cllanosfdez) y yo vamos juntos. Delante Miguel Angel (@mahb73) y Antonio. Me da la impresión de que la LED LENSER que me dejó Marga (gran profesional y mejor persona, que trabaja en la tienda RUN TRIATLON LA SIERRA) tiene poca luz, sobre todo si la comparo con los frontales de los compañeros. Algunos kilómetros más tarde me di cuenta de mi falta de experiencia con frontales, al encontrar por casualidad una pequeña palanca en la parte trasera que regulaba la intensidad de la luz: estaba al mínimo, la subí un poco y…se hizo la luz!

Deben ser las doce y media de la noche, llevamos casi una hora y media de subida. Voy justo detrás de Miguel Angel, Antonio, Carlos y Abel (que hace un rato metió un pie en el agua de un arroyo - "qué putada", pensé). Veo una enorme columna de luces rojas que gira a la derecha y sigue subiendo unos quinientos metros por delante de mí; todavía queda un rato de subida, pero me encuentro fuerte. De todas formas, la subida a La Maliciosa me hace comprender la dimensión de esta carrera y que claramente la he subestimado. Media hora después llegamos al primer control, allí están esperando Oscar (@osfernand), Fernando (@69vagamundos), Pedro (@zampus), Lesmes (@lexmes) y Raul (@kaikuland). Todos bien. El agrupamiento dura dos minutos, la bajada nos vuelve a separar. Me impresiona la vista hacia Madrid, con un mar de luces a nuestros pies.

Son casi las tres de la mañana y llegamos al primer avituallamiento: Cantocochinos, kilómetro 18 de carrera. Vamos juntos: Oscar, Abel, Lesmes y yo. Apenas coincidimos con el primer grupo, que emprende la marcha en ese momento. La bajada de La Maliciosa ha sido pesada, muy técnica: pendiente, tierra muy seca y piedras sueltas; las piernas se cargan un poco. La caída de Oscar - nada grave, por suerte - y algunas otras paradas nos han retrasado un poco.

La simpatía contagiosa de las dos voluntarias, que me dan ánimos y me ofrecen bebida y comida, suaviza los primeros síntomas de sueño. Bebo como un litro de agua en pocos segundo, hay naranja, plátano y frutos secos; no como, engullo. Voy muy bien de fuerzas, me quito zapatillas y calcetines y limpio bien los pies de tierra, recarga de agua, me pongo el cortavientos (ya hace fresquito) y seguimos nuestro camino.

Los cuatro vamos muy bien: Lesmes, feliz y disfrutando como un niño, sin darle excesiva importancia a los tiempos pero con ganas ya de incrementar el ritmo; a Oscar le veo tranquilo pero creo ver en su cara cierta preocupación por lo que nos queda todavía; Abel va relajado, seguro de sí mismo, creo que consciente de que, de alguna forma, esta es una carrera que haces en solitario y en la que tienes que escuchar a tu cuerpo y saber llevar tu ritmo si quieres llegar a la meta.

recorrido gtp 2013

Poco antes de las seis de la mañana llego al segundo avituallamiento: Hoya de Vacas, kilómetro 30 de carrera. La subida al collado de la Dehesilla había sido muy pesada, la pendiente, las piedras y las raíces impedían seguir un ritmo de piernas regular. La bajada no fue mucho mejor, más piedras, raíces y ramas de arbustos que nos hacían extremar las precauciones para no caernos ó lo que es peor, torcernos algún tobillo. En ese tramo recuerdo a un tipo delante de mí que iba tropezando con todo, de lado a lado del sendero, metiendo el pie en cada curso de agua que atravesábamos, como si fuera borracho; le pregunto si le pasa algo y me dice: "joder, es que me estoy durmiendo". La última parte de ese tramos la hice solo; Oscar nos había adelantado hacía un rato, corriendo a ritmo fuerte, Abel y Lesmes le siguieron, yo me quedé a mi ritmo. Me encontré disfrutando totalmente del momento: camino suave y sin problemas, temperatura perfecta, silencio solo roto en algunos puntos por el sonido de un arroyo y el cielo precioso, con los primeros azules del amanecer.

Casi llegando, coincido con Lesmes, que ya empieza a preocuparse con los tiempos. No hay rastro de los demás. Bebemos y comemos algo rápido para continuar la marcha. De repente veo a Abel sentado en una silla, tranquilo. Le digo que seguimos la marcha y me responde que él se queda un rato descansando. La subida a La Morcuera con Lesmes es rápida, necesitamos ganar tiempo y aproximarnos lo máximo posible al grupo LLevame que va delante; mantenemos un ritmo ligero y constante. Lesmes sigue feliz, viviendo al máximo la experiencia. Lesmes es una gran persona y muy inteligente, aspecto que queda evidente cuando habla, y sus palabras parece que se atropellan unas con otras, como queriendo salir todas juntas, impacientes porque no tienen más remedio que salir en fila india.

Deben ser las siete y media de la mañana cuando, en un grupo disperso de corredores que estamos adelantando, veo un cortavientos naranja que me resulta familiar, ¡Es Oscar! pero su ritmo es demasiado lento; creo que no va bien. Lo confirmo cuando nos ponemos a su altura: tiene mala cara, está agotado. En ese momento pienso que el acelerón de hace unas horas, para tratar de alcanzar al grupo de delante, le está pasando factura. Efectivamente nos dice que va mal, que le ha dado un bajón y nos dice que sigamos nosotros, que prefiere esperar a Abel e intentar recuperarse. Dudamos si esperarle, pero Oscar insiste. Así que seguimos, Lesmes acelera el ritmo sabiendo que el resto del grupo no está lejos. Yo prefiero no ir tan rápido porque noto que mis pies no van bien.

Media hora después llego al tercer avituallamiento, Puerto de La Morcuera, 38 kilómetros de carrera. Sonrisas y ánimos de los voluntarios. ¡Sorpresa! Están allí Miguel Angel, Carlos, Fernando, Pedro, Raul y Antonio, pero se van ya. Lesmes me dice que se baja con ellos. Yo prefiero descansar cinco minutos. Bebo mucho, como algo; la vitamina C de la naranja le sienta muy bien al cuerpo, pero daría cualquier cosa por un café con leche y una tostada. ¡Segunda sorpresa: aparecen Oscar y Abel! Les pregunto qué tal van y me dicen que bien, Oscar va un poco mejor. Les digo que voy bajando.

Poco después de seguir la marcha, siento herida en mi pie izquierdo, al apoyar. Es una ampolla, ¡mierda! ¡demasiado pronto para empezar con ampollas! sigo adelante, despacio y ayudando de bastones, pensando en llegar a Rascafría lo antes posible y allí tratar de curar heridas. Me adelanta un señor de unos setenta años, con acento catalán, muy simpático. Poco después me alcanza Oscar y ya bajaríamos juntos hasta Rascafría. La ampolla no me deja ir muy rápido y él, con la generosidad que le caracteriza, decide acompañarme creo que a un ritmo más bajo del que quisiera y podría ir. Oscar es buena persona, sin dobleces; su forma de ser abierta, integradora y ese punto de locura controlada, que le impulsa a lanzarse a nuevos retos imposibles y a hacer que los demás le sigamos con entusiasmo, son sin duda el origen de este gran grupo de personas llamado Llévamepronto.

El camino que une La Morcuera con Rascafría es realmente bonito, especialmente en la zona más alta: relieve ondulado, praderas verdes y arroyos con agua se graban en mi archivo personal de sitios para volver. Nos cruzamos varios grupos de adolescentes que nos saludan, animan, sonríen y hacen que recupere mi confianza en esa generación que creemos perdida, mal educada, sin valores…y pienso que no es así, que nos equivocamos, que lo fácil es generalizar y criticar y lo difícil, lo que deberíamos hacer y no hacemos como sociedad, es saber confiar en ellos y crear las condiciones para que desarrollen todo el potencial que llevan dentro. Javier, que te vas, ese tema da para otro artículo.

Son las once y cuarto de la mañana. Llego al polideportivo de Rascafría, kilómetro 52 de carrera. Llevo desde hace un par de horas una ampolla en cada pie que me hacen ver las estrellas cada vez que piso. Esperaba otra cosa en Rascafría, la verdad. Llegué con la esperanza de encontrar un servicio médico que pudiera dar una solución a mis pies suficiente para poder recorrer los casi 60 kilómetros que me quedaban. Iba muy bien de fuerza. Me tuve que conformar con lavar mis pies en un lavabo, secarlos con papel de cocina que me había dado una voluntaria y tratar de no pisar mucho el suelo del baño empapado y sucio. Llegué hasta la "zona de enfermería" donde la misma voluntaria del papel, muy simpática y agradable a pesar de su evidente cansancio, me puso un compeed en cada pie, me coloqué calcetines limpios, zapatillas, busqué a Oscar y a seguir.

Mi percepción y mi objetivo en esta carrera habían cambiado radicalmente: ya no se trataba de disfrutar del camino, mantener un ritmo y vigilar mis fuerzas para llegar a Navacerrada antes de 30 horas; ahora, mi carrera era otra y consistía en aguantar el dolor de mis pies y tratar de llegar a La Granja como sea y a la hora que sea; sabía que Marta y los niños estaban allí y, aunque mis pies protestaban y sugerían que cogiera el autobús que me llevaría hasta Navacerrada, tenía claro que eso sería un fracaso personal y una desilusión para los que esperaban en La Granja.

La subida al Reventón la hago prácticamente solo. Más de tres horas de subida constante y calor, bastante calor. La regularidad del camino me ayuda a conseguir un juego de piernas y bastones que me permiten mantener un ritmo constante minimizando el dolor en los pies. Pierdo a Oscar enseguida, que sube más rápido. El calor hace que el cuerpo aumente la demanda de agua. Pienso que el litro y medio de agua que llevo es poca y trato de racionarla. Al final me sobra casi medio depósito porque llego al avituallamiento antes de lo que pensaba. Suena el móvil, es Marta (mi mujer), no sabe nada de mí; le cuento lo que hay, que voy con ampollas, y que voy a intentar llegar hasta La Granja; junto con los niños me da gritos de ánimo, que me animan y me emocionan. Bebo mucho, como algo, cargo la camel y sigo subiendo hasta el control de tiempos, que está como un kilómetro más arriba.

Son las tres y cuarto de la tarde, kilómetro 63 de carrera. Quedan 17 kilómetros hasta "mi meta", 7 kilómetros de subida a Peñalara y otros 10 km de bajada hasta La Granja. Los siguientes nueve kilómetros serían para mi los peores de la carrera; cada vez hay más piedras en el camino y el choque de las ampollas con ellas me provoca verdadero dolor. Aprieto los dientes y sigo adelante, aunque despacio. Alcanzo a Oscar que va metiendo los pies en cada nevero que encuentra, supongo que para tratar de aliviar un poco el dolor de pies y tratar de mejorar la circulación.

La subida a Peñalara se hace interminable; veo a lo lejos una cresta de piedra, en el punto que parece mas alto, y pienso que lógicamente no hay que llegar hasta ahí, que eso es una locura; busco con desesperación una ruta que rodee ese pico y empiece a bajar hacia La Granja; no la encuentro, al contrario, veo un grupo de corredores prácticamente escalando en dirección a ese pico. La última hora hasta el control de Peñalara la hago mejor de lo que esperaba. Es curioso cómo la mente prioriza en cada situación en función del más elemental instinto de supervivencia; el terrible dolor de ampollas que llevaba hasta ese momento quedó parcialmente anulado ante la posibilidad real de un tropiezo ó una mala pisada que me provocase un lesión importante, ó peor, me arrastrase a una caída de varios metros de altura. Así llegamos al control de Peñalara, con los corredores escoba, que marcaban la descalificación de los corredores que iban alcanzando, pisándonos los talones.

Aunque ya estoy completamente seguro que iba a alcanzar mi objetivo, la bajada a La Granja se hace dura. La proximidad de los "escoba" me daba un poco igual, porque entrar dentro ó fuera de tiempo era secundario para mí. Una vez que mi mente ya sabe que no me voy a matar por las piedras, se vuelve a acordar de las ampollas. A parte, llevo muy cargados pies y tobillos. Los primeros dos kilómetros de bajada, muy técnicos, sacan lo peor de mí: "mieeerda", "su puta madre", "jooooder" eran mi forma de expresar lo mucho que estaba "disfrutando". Llegamos a una zona preciosa con un arroyo donde podemos beber y cargar agua. Desde aquí el camino hasta La Granja se resume en un terrible dolor de pies y una presión constante de los "escoba" que nos iban pisando los talones.

Deben ser las siete y media de la tarde, estoy llegando a La Granja, espero un poco a Oscar, que viene más retrasado, para entrar juntos al pueblo; ya corriendo, doblamos una calle y veo a lo lejos una pancarta, veo a Marta que mira, duda, vuelve a mirar y veo su alegría cuando nos reconoce; viene hacia nosotros, me da un beso, me abraza emocionada y da sentido al esfuerzo realizado para llegar hasta allí. ¡Qué recibimiento! allí están Eva (Oscar), Rocío (Lesmes), Alba (Carlos) y una amiga de ésta, que nos saludan y nos hacen sentirnos casi héroes. Personalmente estaba muy satisfecho porque había conseguido mi objetivo personal: llegar hasta La Granja.

Pero esa sensación de satisfacción se fue diluyendo con el paso de las horas. Esas largas horas en Navacerrada, esperando la llegada de nuestros compañeros, acrecientan la sensación de impotencia por no estar junto ellos, viviendo esos últimos treinta kilómetros cargados de sufrimiento, apoyo mutuo y emociones a flor de piel. Vivir la llegada a meta de mis compañeros me llena de orgullo y alegría. Primero Raul (tremenda forma física), más tarde el grupo que forman: Fernando (gran amigo a fuerza de largas horas de entrenamiento y conversación), Lesmes (ejemplo de superación y energía vital), Carlos (modelo a seguir y ejemplo de cómo educar a un hijo en valores) , Miguel Angel (noble, incansable, gran compañero) y Pedro (generoso en su enorme fuerza física y psicológica). Más tarde llegarían Abel y Antonio (enorme mérito el suyo y el de sus mujeres, esperando hasta su llegada). A pesar de las emociones vividas, no puedo evitar una ligera sensación agridulce de ser espectador y no partícipe, un pequeño vacío interior que no habrá forma de llenar si no es volviendo a colocarme en el cajón de salida el próximo año, para volver a intentar el reto que estoy seguro conseguiré.

Sé que este relato ha quedado un poco largo, pero no quiero terminar sin dar las gracias, especialmente a las chicas LLévamepronto, por su apoyo y entusiasmo, y a tantos mensajes de apoyo y felicitación; no quiero dar nombres para no dejarme a nadie, ellos ya lo saben.

[caption id="attachment_1516" align="alignnone" width="300"]Llegada a meta Llegada a meta[/caption]
Crónica escrita por @alameitor, del Club Deportivo LLevamepronto.

4 comentarios:

  1. Muy bueno Javi, muy bien escrito, nos haces vivir en primera persona todos estos momentos tan intensos. En la próxima nos desquitamos de ese sabor agridulce.

    ResponderEliminar
  2. Tremendo sufrimiento, Javi!! Muy bien explicado. Realmente te admiro, amigo!

    ResponderEliminar
  3. Me quite el sombrero una vez y lo vuelvo a hacer hoy después de leerte.

    ResponderEliminar
  4. Muy bueno! Que bonito es leer vuestras sensaciones, se aprende mucho. Un fuerte abrazo y enhorabuena!

    ResponderEliminar