lunes, 24 de octubre de 2011

The first cut is the deepest, Somosierra mi primera vez.

Zampus

http://open.spotify.com/track/5HlQRb2uNZSr443qO13Ti3

Como dice la canción de Cat Steven, el primer corte es el más profundo. Ayer domingo, 23 de octubre de 2011 tuve mi primer corte en el mundo de las carreras de trail running. Después de cumplir un año como corredor, alejado de todo ruido, exiliado en la montaña (al menos mi alma) desde donde no sólo corro sino vivo y disfruto de los mejores años de mi vida, aquí en la sierra de Madrid, un paraiso a tiro de piedra de una gran urbe.

He sido un corredor tardío, empecé el año pasado con el objetivo de prepararme para hacer el Camino de Santiago MTB y aquí me he quedado. He sido un corredor solitario, empecé a correr por donde vivo, por la montaña y al comprar mi primera revista de Running me enteré que eso estaba de moda y que se le llamaba Trail Running. Me alegré tanto... creo que he encontrado un filón, una actividad física que ejercita tanto mi alma como mis piernas, mi corazón late al tiempo que mi cerebro hace el take off despacito y sin turbulencias despegando de este mundo podrido para volar y volar mientras mi cuerpo sigue corriendo por cualquier sendero retorcido, solitario, rodeado de olores primitivos ya perdidos en la ciudad, la humedad de un bosque en otoño, el olor a pino y resina en verano, el olor del frío en el crudo invierno.

 

Y decía “he sido” porque tuve la fortuna de encontrarme en esta retorcida vida con otro loco, mi amigo Fernando Ortega, con quien dejé de sentirme corredor tardío y dejé de ser corredor solitario. Además, gracias a Twitter encontramos al amigo Alberto y a otros como Lorenzo que aun no conocemos personalmente y que muy pronto conoceremos. Este grupo de gente buena tira, y mucho, y ese corredor solitario se encontró de golpe con más de 400 personas en el puerto de Somosierra a la misma hora, el mismo día, para hacer la misma ruta, la mayoría por el placer de correr en la montaña, ¿no es algo increíble?

 

Congelado, y con el shock de verme allí rodeado de tanta gente, sin mis compis - yo había llegado un rato antes y había recogido mi dorsal 243 - temblaba como un perrillo chico. Al rato llegó Fernando y luego Alberto, ya estábamos juntos, ya parecía un día normal de running.

 

Salida en pelotón, risas, algún empujón sin malicia, paradas, más risas, cuesta, más cuesta, empezamos a correr, placer, mucho placer, ahí estábamos de camino a la cima de la cebollera vieja, pico de las tres provincias, a nada menos que 2150 metros de altitud. Te mimetizas, pillas el ritmo, sigues al grupo, algunos van quedando atrás, otros se van, la subida es exigente pero en ningún momento me siento mal, todo lo contrario, estoy en mi salsa. Ráfagas de viento cargadas de humedad nos empapan, saltan las gorras, todo vuela hasta mi dorsal 243 que justo en la cima quiso volar desde lo más alto pero alguien lo vio y me avisó y tuve que amputar sus sueños arrugándolo y metiéndolo en uno de mis mojados bolsillos. Ahora reposa seco aunque arrugado, en mi casa como trofeo. Alguien gritó, ahora todo bajada, yo me reía y pensaba – espero que nadie lo tome en serio – Alberto y yo habíamos hecho esa misma ruta a principios de octubre y cuando menos te los esperas, en pleno descenso sin motor, hay que cambiar de marcha y meter la corta para afrontar varios repechos que te dejan la batería al mínimo y que exigen de un control mental más que físico. Yo lo sabía así es que, además de volar sobre el pedregal olvidado en plena cima, dejando caer mis pies allí donde no hubiera una piedra con mala idea como para partirme el tobillo, me retuve y guardé algo de fuerza para esos repechos. Cuando llegaron me busqué en los bolsillos porque no lograba encontrar esa fuerza que había reservado pero ahí entró en escena mi cabeza, más dura que el tótem que hay –aunque nadie pudo verlo por la niebla- en lo alto de la cebollera y que tantas veces he visitado en bici con mis amigos saltamontes. Pasado los repechos ya sólo quedaba bajar y en solitario, empecé a correr para terminar la faena y entrar en meta, una meta profesional, con reloj, gente aplaudiendo  haciendo fotos y al fondo, mi amigo Fernando con quien me abracé para celebrar este primer corte trail running. Habrá muchos más, pero este es el primero y como tal, quedará en mi mente para siempre grabado a fuego.

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